Reflexiones propias
A continuación, dos breves reflexiones que rondan últimamente mi mente:
La primera…
Hablar de México es hacer mención a su historias, sus tradiciones, culturas, y por supuesto su gastronomía. Por razones académicas y personales me traslado, como ya lo había dicho en columnas pasadas, entre Tepic y Puebla. La comida que se sirve en ambos espacios me resulta muy diferente pero increíblemente sabrosa. Por obvias razones comprendo que a los nayaritas les guste comer mariscos y creo que eso fundamentalmente se ve reflejado en su buen carácter, en su fácil plática y su deseo de tomarse una “ballena” cuando perciben a alguien “muriendo” de calor. En cambio, los de la Angelópolis, más serios, con un clima más frío, gustan de compartir un delicioso arroz rojo con mole, unas chalupas o un chile en nogada.
La gastronomía es reflejo fiel de la gente y de la ciudad en la que viven. Nuestro país es inigualable con todo lo que nos ofrece. Atrevernos a probar nuevos platillos nos permite comparar aromas, sabores e historias.
…y la segunda…
La vida es muy cortita. Sí, lo sé, estoy diciendo una perogrullada. Sin embargo, tengo la impresión de que mucha gente vive como si fueran eternos. Eso, debo confesarlo, me parece un acto extremadamente soberbio. ¿Creer que todo gira alrededor de nosotros; ¿o peor aún, que somos principio y fin de las cosas? ¿Qué nos hace pensar en la vida eterna? Así, entonces les comparto un remedio para “curarnos”, y que a mí en lo personal me ha servido, y poder disfrutar un poquito más de nuestra existencia.
Viajar es una actividad propia del ser humano. Empero, yo no la realizó de forma común y corriente. No disfruto de hacerlo en “excursión” y normalmente lo hago solo. Esto me permite caminar, trotar y correr que afortunadamente son actividades liberadoras. Creo que el hombre es un Tlatemoani ( del náhuatl, el buscador) en una lucha constante por conocerse y transformarse. Por ello, se mueve, se desplaza y no puede permanecer inerte ante lo que pasa a su alrededor. Sentir el viento el la cara, ver a otros corredores o caminantes a mi alrededor, cada quien con su propia lucha interna (como la vida misma).
El viajar nos hace desprendernos de nosotros mismos. Debemos hacerlo lo más ligero que podamos. Es decir, solamente con lo indispensable; obviamente, también sin prejuicios y con la humildad de reconocer que nuestra manera de pensar ni es la única, ni tampoco la mejor. Conocer otras maneras de pensar y de sentir es una bendición de la vida.
Al viajar nos permitimos construir memoria. Al relacionarnos con diferentes personas, en diversos momentos de la vida nos permiten saber que nuestro paso por la vida tiene un sentido más allá del que nosotros inicialmente creíamos.
¿Qué pasa cuando regresamos de viajar? Nos damos cuenta que todo, sí todo, ha cambiado. Decía, palabras más palabras menos, Heráclito: Un hombre no puede bajar dos veces al mismo río, porque ni él, ni el río son ya los mismos…”
Sinceramente,
Luis Fajardo Velázquez