CON PRECAUCIÓN

Lo triste de perder la vista

Por Sergio Mejía Cano

Hubo un tiempo en nuestro país allá en los años 50 del siglo pasado que llegó a circular una revista de origen estadounidense que se denominaba “Life en español”, cuya editora puso a la venta una enciclopedia consistente en varios libros con diversos temas como mecánica, biología, Naturaleza y otros temas más entre los que destacaba uno que trataba sobre la visión en donde detallaba cómo funciona el ojo humano.

Pero también definía que, en realidad el que veía era el cerebro, pues los ojos funcionaban como cámaras fotográficas y de película (no decía de video, porque entonces no era muy común esa palabra), por lo que las personas que perdían la vista por equis motivos y circunstancias, su cerebro seguía reteniendo las imágenes que vio mientras sus ojos estaban sanos; no así quienes nacían sin la facultad de mirar, por no tener retenida ninguna imagen; sin embargo, con el tiempo y, precisamente al no tener el sentido de la vista, sus demás sentidos se desarrollaban de tal manera que se llegaban a dar una idea más o menos de cómo sería la figura humana y otras cosas.

Cierta vez oí decir a un oftalmólogo que la palabra retina tenía su raíz en el efecto de retener, pues retenía las imágenes, palabras que coincidían con lo que venía en el libro de Life, ya que en este libro se decía que cuando una persona fija la vista en algún objeto o persona esa imagen queda retenida en el cerebro, aunque no con la nitidez de la vista real y, que por eso, la leyenda de los fantasmas, estos se pintaban en forma etérea, difusa y hasta transparentes. Además, se agregaba en este libro en cuestión que, las personas ven todos los días mucha gente que pasa a su lado, así como vehículos, anuncios, aparadores, etcétera; pero al no ponerles mucha atención el cerebro archivaba esas imágenes en un segundo plano. Pero si al ir caminando por una calle se mirara a un individuo acercarse con el rostro desencajado portando un arma en su mano o mirar un choque o ver algo en un aparador que nos guste, esas imágenes serían ya muy difíciles de olvidar, por lo que se recordarían constantemente.

Este libro presentaba también varios ejemplos para detectar daltonismo presentando unos círculos pequeños de diferentes colores en donde sobresalía entre estos pequeños círculos un número que, quien lo llegara a distinguir no padecía daltonismo; igual, mostraba el punto ciego que se provoca en determinado tipo de visión debido a la posición de los ojos en donde en cierto punto se borra una imagen, de ahí que mucha gente que tropezara con algo y alegara que no había mirado el obstáculo con el que tropezó, se debía precisamente a ese punto ciego que se da en determinados casos.

Lo anterior viene a colación debido a que un jubilado del ferrocarril perdió la vista poco antes de cumplir los 60 años de edad, hace ya más de diez años. Este jubilado fue atacado por la diabetes, luego, debido a la enfermedad de cataratas en uno de sus ojos, fue operado en la ciudad de Guadalajara, Jalisco; pero no quedó bien, antes, al contrario, comenzó a tener dificultades para mirar con su otro ojo. Al acudir a médico que lo operó de las cataratas, después de hacerle los análisis correspondientes, se determinó que había sido atacado con una bacteria y que irremediablemente ya no recuperaría la vista. Quedó ciego.

Poco antes de la pandemia este jubilado recibió la visita de otros jubilados a quienes les confesó que llegó a tanto su desesperación por haber perdido la vista que cierto día determinó quitarse la vida, pues no podía soportar no ver y ser una carga para su familia, por lo que un día que determinó subir a la azotea de su casa de dos pisos y aventarse; sin embargo, a punto de subir las escaleras llegó una de sus nietas quien muy cariñosa le dijo que si le ayudaba a subir o a qué iba hacia arriba, que mejor se sentara y si le ofrecía agua o una bebida. El jubilado comentó que sintió tanto cariño por parte de su nieta que desistió en ese momento de tan siquiera pensar en suicidarse.

El visitante le dijo al ahora ciego que, de todos modos, seguía viendo. El jubilado le dijo a su visita que no se burlara, pero el visitante le recordó que sí seguía viendo cuando soñaba, cuando le llegaba un recuerdo que, a pesar de no ver ya, al cerrar los ojos podía ver cuando conoció a su esposa, a sus hijos cuando niños, anécdotas de su trabajo y en sí de su vida activa en su conjunto.

El ahora invidente comenzó a llorar dando las gracias a su visitante por abrirle los ojos del cerebro.

Sea pues. Vale.

Redacción

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