Versículo de hoy: Mateo 12:35-37
35 El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. 36 Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. 37 Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.
Título: ¿Construyes o destruyes?
Cuando Jesús dice en Mateo 12:35-37 que, “el hombre bueno de su buen tesoro saca cosas buenas; y el hombre malo de su mal tesoro saca cosas malas”, nos está diciendo que la manera de pensar y actuar de nosotros está guiada estrictamente por lo que hay en el interior de nuestro corazón. En el evangelio según San Marcos 7:21-22, el mismo Jesús dice: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez”.
«Cuando el versículo nos dice, de toda palabra vana que hablen los hombres, darán cuenta de ella en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado”, Jesús nos dice que vamos a dar cuenta, ¿de qué? ¿por qué vamos a dar cuenta?¨, de toda palabra vana en el día final porque procede de un corazón. ¿Cuál sería una palabra vana?, cosas que decimos por el momento sin pensarlo, o cosas que provocan risas insanas. De todas las palabras que hayamos pronunciado descuidadas, vamos a dar cuenta en el dia final. Es una advertencia seria para reflexionar, pensar en las palabras malas que han salido de nuestra boca.
Pablo en Efesios 4:29 nos dice: Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino que sea buena para la necesaria edificación,a fin de dar gracias a los oyentes».
Cuando Pablo habla de palabras corrompidas, no se está refiriendo a palabras sucias, la expresión se refiere a palabras que destrozan a otros. Hay una expresión común que se aproxima bastante a la idea: Lo hice pedazos», es triste hablar de ese modo. Los cristianos jamás deberían hablar de usar palabras, (el gran don de Dios de la comunicación- para hacer pedazos a otros. Eso eso es lo que Pablo condena, la actitud de atacar y hacer pedazos sistemáticamente a otra persona por medio de las palabras.
Dios hizo al hombre con la facultad
de pronunciar palabras en un idioma perfectamente
coherente, y sus palabras en un primer momento sirvieron
para comunicarse con Dios. Así sucede con cada uno de
nosotros. Es una cuestión de diseño original. Tenemos una
lengua, y un lenguaje. Pronunciamos palabras, y ante todo
esa capacidad nos ha sido dada por el Creador para hablar
con Él.
Las palabras no solo tienen una dimensión teológica, como se describe en Genesis, sino social, para comunicarnos unos con otros.
Las palabras, tienen en primer lugar tienen el propósito de
alabar a Dios y orar a Dios, y en segundo lugar el propósito
de conversar con tus semejantes.
Con ellas logramos expresar afecto, traer consuelo, dar
dirección, acercar los corazones.
La comunicación tiene como
finalidad el unir las almas, compartir, amar y ser amado. Es
el vehículo diseñado por Dios a través del cual
experimentamos y expresamos unidad y compañerismo, forma primordial a través de la
cual abrimos nuestro corazón y tenemos acceso al corazón
del otro. Con palabras hacemos amigos. Con palabras
cortejamos a nuestra futura esposa. Con palabras
instruimos a nuestros hijos. Con palabras expresamos
alegría. Con palabras leemos nuestros votos matrimoniales.
Con palabras compartimos el evangelio. Con palabras
empezamos nuevos proyectos, porque sin palabras no hay
unidad.
Recordemos lo que sucedió en Babel. Los hombres
quisieron hacer una gran torre que llegara hasta el cielo. Un
monumento al orgullo humano. Pero Dios, viendo sus
pretensiones y altivez, estorbó sus planes confundiendo sus
lenguas. No pudieron comprender las palabras que decía el
otro, y al no poder entenderse se dispersaron (Génesis
11:9). Confundiendo nuestras palabras, Dios estorbó el mal.
El episodio de Babel tiene su hermosa contrapartida en todo
lo sucedido en Pentecostés. En esa ocasión, Dios no creó
desunión confundiendo nuestras lenguas, sino todo lo
contrario. Descendió el Espíritu Santo, y Dios creó unidad
haciendo que sus discípulos hablaran las maravillas del
Evangelio en otras lenguas que no conocían.
Confundiendo nuestras palabras Dios separó a las gentes
en Babel para estorbar el mal. Bendiciendo nuestras
palabras Dios acercó a los pueblos en Pentecostés para
edificar su Iglesia. Pero, así como Dios usa las palabras para
nuestro bien, el diablo también las quiere usar para nuestro
mal. Recordemos que después de que Dios instruyera a
Adán, también la serpiente se acercó a Eva para tentarla
con otras palabras. Palabras extrañas. Satanás es el padre
de mentira, el destructor de la comunicación. Satanás
quiere estorbar el bien, y fomentar el mal. Desde que la
serpiente abrió la boca en el Edén, seguimos todos
enzarzados en una guerra de las palabras y tenemos el reto
de escoger a qué bando nos unimos.
A través de las palabras la serpiente del Edén engañó a
Eva. A través de las palabras Eva ofreció la fruta prohibida a
Adán. A través de las palabras quisieron ambos quitarse la
culpa de encima cuando Dios les preguntó. A través de sus
palabras destructivas el diablo logró sembrar
incomprensión, traer frustración, derrotismo, vergüenza,
tristeza, soledad.
Las palabras
de Dios habían construido una hermosa unidad en el Edén, y
ahora las palabras del diablo habían destruido esa unidad.
Pero Dios, en su bondad y sabiduría, trae a nuestras vidas
palabras redimidas que son capaces de edificar de nuevo.
Podemos volver a construir lo que está roto, con el poder de
Dios. En la carta de Pablo a los Efesios encontramos una
hermosa descripción de la comunicación santa que Dios
quiere traer a nuestras vidas:
«Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad
cada uno con su prójimo; porque somos miembros
los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se
ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al
diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje,
haciendo con sus manos lo que es bueno, para que
tenga qué compartir con el que padece necesidad.
Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca,
sino la que sea buena para la necesaria edificación,
a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al
Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados
para el día de la redención. Quítense de vosotros
toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y
toda malicia. Antes sed benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como
Dios también os perdonó a vosotros en Cristo»
(Efesios 4:25-32).
Ya habíamos leído Efesios donde Pablo nos dice, 4:29 nos dice: Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino que sea buena para la necesaria edificación,a fin de dar gracias a los oyentes».
Dice literalmente que «ninguna palabra
corrompida salga de vuestra boca», y aquí «corrompida»
viene del griego saprós: ninguna palabra «podrida»,
«inútil», «mala». El término saprós aparece también en el
Evangelio de Mateo cuando se nos relata la parábola de la
red:
«Asimismo el reino de los cielos es semejante a
una red, que echada en el mar, recoge de toda clase
de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y
sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo
[saprós] echan fuera» (Mateo 13:47-48).
En esta parábola de Mateo los peces son las personas, que
arrastradas por la red son llevadas a la playa, donde les
espera el juicio final. En aquel gran día, los ángeles
separarán a los justos de los injustos. Unos serán
atesorados, y otros serán echados fuera. Pero ahora, en las
palabras que pronuncias cada día, es tu lengua la que ha de
discernir entre lo bueno y lo malo. Tu lengua ha de separar
las palabras justas de las injustas, atesorando unas y
desechando otras. Hoy tu boca es una gran red que recoge
palabras de todo tipo, y tienes delante de Dios el deber de
olvidar las palabras podridas y pronunciar las palabras
sanas que construyen unidad.
Sin duda, de la boca de un cristiano no debieran salir
nunca insultos, blasfemias, maldiciones, conversaciones
obscenas, chistes verdes… Que gran contradicción sería que
de la misma boca salieran palabras para edificar y palabras
para destruir. Hablando de la lengua dice el apóstol
Santiago:
«Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella
maldecimos a los hombres, que están hechos a la
semejanza de Dios. De una misma boca proceden
bendición y maldición. Hermanos míos, esto no
debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una
misma abertura agua dulce y amarga?» (Santiago
3:9-11).
La escritura nos dice que de la misma fuente no puede salir agua amarga y dulce. Los cristianos no debemos tomar el nombre de Jesucristo en nuestros labios y al mismo tiempo usar nuestro donde las palabras para ser insolentes con otras personas.
En lugar de derramar nuestras energías en un lenguaje que haga pedazos a los demás, nuestras palabras deberían edificarlos.
Cuando las palabras que usamos se dirigen al problema y no a la persona, edificaremos ayudando a resolver el problema.
Qué pasa cuando alguien hace algo mal, qué es lo primero que solemos hacer?, recriminar, dirigir palabras a veces sin pensar a la persona que tuvo una equivocación y no nos enfocamos en resolver el problema.
En lugar de atacar a las personas con palabras, los cristianos debemos dirigir toda nuestra energía, incluyendo nuestras palabras, hacia el problema, atacándolo a la manera de Dios.
¡Ataca los problemas y no a las personas con tus palabras!.
Es a veces lo que hacemos, primero pedazos con las palabras y no nos enfocamos en los problemas, eso pasa mucho en las parejas, las palabras los alejan más y más, dificultándose la comunicación.
Los cristianos podemos aprender a vivir sin amarguras, iras, enojos, griteríos, insultos y malicia. Debemos trabajar para mantener una actitud de buena voluntad hacia los demás. En el terreno de tal actitud de buena voluntad hacia los demás, las soluciones a los problemas de la vida crecen fuertes y robustas. Esas actitudes solo solamente se pueden sostener siendo benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, como Dios también nos perdón.
Si comparamos las palabras con ladrillos, veremos que los
ladrillos son una gran bendición en manos de un albañil
experimentado porque con ellos puede construir una
hermosa casa, un colegio, una iglesia. Por otro lado, los
ladrillos pueden suponer un gran peligro en manos de un
delincuente, porque con ellos puede destrozar escaparates,
automóviles, ventanas e incluso herir a las personas. Dios te
dio la capacidad de hablar para crecer en unidad, con Él y
con los demás, pero el enemigo usó las palabras para traer
desunión y vergüenza. Ahora tú has de escoger en que
bando estás. Recuerda que tus palabras son como ladrillos.
O destruyen, o edifican. O dividen, o unen. O hieren, o
sanan.
En un sincero esfuerzo por alejarte de las palabras que
hieren, ante todo necesitas reconocerlas con claridad, como
el soldado que reconoce de lejos al enemigo por su
uniforme. Aleja las palabras destructivas de ti. Aquellas que
dañan a tu prójimo y deshonran a Dios. Las palabras que
hieren no son tan solo aquellas palabras que nos parecen
malsonantes, sino toda palabra que sea destructiva en su
intención. Recordemos de nuevo la expresión de Efesios
4:29:
«Ninguna palabra corrompida salga de vuestra
boca, sino la que sea buena para la necesaria
edificación, a fin de dar gracia a los oyentes»
Aun cuando hayamos de confrontar a
alguien o debamos llamarle la atención por su falta,
podemos confrontar y corregir con amabilidad, porque
nuestras palabras siempre han de ser «para la necesaria
edificación, a fin de dar gracia a los oyentes».
Es triste lo que voy a decirles, pero a veces sin pensarlo o premeditadamente caemos en la calumnia.
Hay muchos presos en la cárcel porque les inventaron delitos que no cometieron….algo de historia…
Cuando leemos
el octavo mandamiento vemos que sitúa la mentira en el
contexto de un juicio: «no hablarás contra tu prójimo falso
testimonio» (Éxodo 20:16). En una época en la que la
palabra de un testigo era muchas veces toda la evidencia
que se podía encontrar para culpar o exculpar a alguien de
un delito, el «falso testimonio» podía ser suficiente como
para enviar a alguien a prisión o a la pena capital. Las
palabras mentirosas podían infligir un gran mal en otros.
Si bien en
la queja, la exageración o el chisme puede haber algo de
verdad dicha con malas intenciones, en la calumnia no hay
nada de verdad, tan solo hay mentira dicha con la intención
de destruir. La calumnia es una mentira descarada con el
propósito de hacer daño al prójimo. Recordemos por
ejemplo la historia del rey Acab, quien se encaprichó de la
viña de Nabot, y entonces la reina Jezabel pagó a falsos
testigos para que acusaran a Nabot de blasfemia y hacer así
que fuera apedreado para poder quedarse con su viña
La Palabra del Señor nos advierte muchas veces
sobre la calumnia, y que debemos alejarnos del calumniador
que no se arrepiente (Levítico 19:14). La calumnia es
pecado, y de hecho el diablo es el más grande calumniador,
el padre de mentira. El término griego diabolos es traducido
por «acusador» o «calumniador» y nos recuerda a quien
estamos sirviendo cuando acusamos a alguien
injustamente.
Las palabras mentirosas destruyen las relaciones
personales, destruyen la comunicación, y destruyen la
unidad en la iglesia, la familia, y el matrimonio porque las
mentiras buscan el perjuicio de otro y el beneficio personal.
Pero reflexiona un momento. Si en la iglesia somos el
cuerpo de Cristo, y si en el matrimonio el esposo y la esposa
son una sola carne… ¿Qué sentido tiene mentir contra uno
mismo? ¿Acaso no es absurdo estar unido a alguien y a la
vez sembrar desunión?
A veces pronunciamos palabras maliciosas. Dice el
versículo 31 de Efesios 4, «Quítense de vosotros toda
amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda
malicia». Las palabras maliciosas no son exactamente lo
mismo que las palabras mentirosas. Una palabra mentirosa
es claramente algo falso, pero una palabra maliciosa puede
ser algo verdadero dicho con mala intención. No solamente
la mentira destruye. A veces la verdad puede ser muy
dañina. Hay verdades que hieren como espadas. Hay
verdades dichas en un mal momento, o a la persona menos
apropiada, o en el peor contexto, que tienen como único fin
herir al oyente y destruir relaciones.
El chisme entra sin duda dentro de esta categoría de
palabras maliciosas, porque el chisme extiende una
información, que, aun siendo cierta, tan solo pretende herir.
Recuerda que hablar no es un pasatiempo. Como
decíamos anteriormente, Dios nos ha creado con la
capacidad de hablar para comunicarnos, construir,
bendecir, ayudar, experimentar unidad… Pero existe un
gran peligro en el «hablar por hablar», porque fácilmente
terminamos hablando de terceros sin criterio ni filtros y
acabamos compartiendo información que no tiene más
propósito que el de entretener. Sabiendo que «de toda
palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán
cuenta en el día del juicio» (Mateo 12:36), y que «En las
muchas palabras no falta pecado; Mas el que refrena sus
labios es prudente» (Proverbios 10:19)
Procura cultivar tu vida. Cuánto más interesante sea tu
propia vida, menor será la tentación de meterse en
chismes. Si alguna vez viajas en tren, verás que hay
personas que tienen algo interesante que hacer mientras
viajan. Unos van leyendo, otros escuchando música, otros
estudiando para un examen… pero hay otros que no
tienen ninguna ocupación. Esos, los aburridos, son los que
van mirando a diestra y siniestra lo que otros puedan estar
haciendo, entrometiéndose en lo ajeno. El ocio engendra
toda clase de vicios y pecados. Ocupa tu mente y tu
tiempo en aquello que edifica. Ocúpate en la lectura de
buenos libros, sobre todo de la Biblia. Dedica tu tiempo a
servir a los demás, a servir en tu comunidad, a servir en tu
iglesia. Una vida rica en ocupaciones es la mejor vacuna
contra el chisme.
Cuando hables, recuerda hablar más de ti, y menos de
los demás. Hay personas que no saben hablar de otra cosa
más que de la vida de otros. En muchos casos el cotilleo
es un escudo protector que algunos usan para no tener
que hablar de su propia vida, de su propia necesidad, y de
su propio corazón. Cuando alguien se acerque a ti con
chismes sobre terceras personas pregúntale mirándole a
los ojos: «Y tú, ¿cómo estás? ¿Cómo puedo ayudarte a ti?»
—y se acabará el chisme por completo. Recuerda hablar
de ti mismo, y recuerda a otros que han de hablar de sí
mismos. No esparzas chismes, pero tampoco los escuches
haciéndote cómplice de ellos.
Si hablas de los demás, que sea para ayudar. Si te
explican detalles de la vida de otra persona, pregunta si
puedes hacer algo por la otra persona. Si no puedes hacer
nada útil por ayudar, dirige el asunto hacia aquellos que
en verdad pueden hacer algo para brindarle la ayuda que
necesitan. Esa es la única motivación que debe haber en
nosotros a la hora de hablar de la vida de terceras
personas: ayudarles. Si no es para ayudarles, mejor
centrar la conversación y el pensamiento en aquello que
uno sí puede cambiar, la vida de uno mismo. Hablando de
la vida de otros tampoco aceptes esa versión «piadosa»
del chisme que circula entre algunos cristianos: «Te lo
explico para que ores…». Si se acercan a ti con un chisme
disfrazado de santidad, pregunta: ¿Has es…
: Hay un alivio insano en el hecho
de hablar mal de otros para poder así sentirse uno un poco
mejor. En general podemos aplicar tres principios clave en
cuanto a este tema: (1) Habla poco; (2) Si hablas, habla
sobre ti y muy poco sobre demás; (3) Si hablas algo sobre
los demás, que sea para su beneficio, no para el tuyo.
Recuerda que «en las muchas palabras no falta pecado;
mas el que refrena sus labios es prudente» (Proverbios
10:10; 11:12). Por tanto, si hablas de los demás, que no
sea para aliviar tu carga, sino para aliviar su carga. El
chismoso habla de otros para despellejarlos con su lengua.
Ante la desgracia ajena, el chismoso se siente un poco
menos desdichado, por aquello de «mal de muchos,
consuelo de tontos». Sin embargo, el cristiano que con sus
palabras quiere amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a sí mismo, habla de los demás para
involucrarse, para sentir carga, para orar, y para buscar
soluciones.
Duda siempre de la precisión de lo que te dicen de
otros. A veces la información sobre otras personas se
tergiversa por la maldad de la gente, pero a veces se
tergiversa simplemente por torpeza. Todos tenemos el
defecto de deformar las cosas que decimos al poner
diferentes énfasis o acentos, al dar por sentadas cosas, o
al ocultar aquello que creemos irrelevante. La información
es como un trozo de arcilla que cada persona moldea un
poco cuando pasa por sus manos cambiando su forma.
Cuantas más personas implicadas, menos precisa será la
información. Imagina que Andrés le dice a Juan: «Tengo
mucha ilusión por preparar mi boda»; luego Juan le dice a
Luís: «Andrés tiene mucha ilusión por casarse…»; al rato
Luís le dice a Jorge: «Sabes, Andrés ya está planeando…
«El hombre perverso levanta contienda, y el
chismoso aparta a los mejores amigos» (Proverbios
16:28).
«Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay
chismoso, cesa la contienda» (Proverbios 26:20).
tenemos las palabras amargas. Leemos en
el versículo 31: «Quítese de vosotros toda amargura, enojo,
ira, gritería y maledicencia, y toda malicia». Crisóstomo
describe este versículo así, de forma poética como si fuera
una genealogía: «La amargura engendró el enojo, el enojo a
la ira, la ira a la gritería, la gritería a la maledicencia, que es
malicia». En el centro de todo esto parece que la amargura
es la madre de todas estas malas palabras que aparecen en
el versículo 31. La amargura lo amarga todo. Así como
cuando alguien cocina un delicioso plato y uno de los
ingredientes se ha puesto agrio, sabemos que ese
ingrediente va a echar todos los demás a perder. D
Del mismo
modo cuando la amargura llega a nuestro corazón estropea
todas nuestras palabras y nuestras emocione
La persona amargada lleva algo clavado en su corazón que
está echando a perder su vida por completo. Tal vez se
sienta amargada por orgullo, porque cree que los demás le
deben más respeto, más honor, más reconocimiento, más
tiempo o más atención. Tal vez se siente amargada por
rencor, porque cree que otros tienen una deuda pendiente
con él, y aunque dijo que perdonaba de corazón, sigue
recordando aquello que le hicieron para poder usarlo como
arma defensiva cuando le convenga. Tal vez por ira, porque
la ira que no se expresa se vuelca hacia adentro y amarga y
deprime el corazón de la persona como un volcán y se traga
su propia lava. Sea por la razón que sea, la persona
amargada vive como si viviera sola, pero en realidad está
amargando todo lo que le rodea. …
Las palabras amargas destruyen la unidad y la persona
amargada necesita desesperadamente que Dios cambie su
corazón por un corazón agradecido, gozoso, que rebose
palabras dulces de amor y gratitud. ¿Estás tú amargado?
Pídele perdón al Señor por tu actitud, por tu orgullo y tu
ingratitud, por tu ira y tu rencor, y pídele perdón a tu esposo
o a tu esposa, a tus padres e hijos, a los que tienes cerca y
has estado demasiado tiempo contagiando con tus palabras
amargas.
Tenemos las palabras airadas. Si bien la
persona amargada es como un volcán que se traga su
propia lava, la persona iracunda es como el Vesubio que
explota y en pocos minutos sus cenizas cubren Pompeya por
completo. Sin duda las emociones que expresamos las creó
Dios, y en sí mismas las emociones no son pecado.
Sentimos alegría, tristeza, ira… pero las emociones pueden
brotar de una mala actitud y llevarnos rápidamente a pecar.
Por eso la Palabra de Dios nos exhorta a controlar la ira:
«airaos pero no pequéis…» (v.26); «quítese de vosotros…
enojo, ira, gritería…» (v.31).
CONCLUSIÓN:
Si me lo permiten, quisiera concluir con la siguiente conclusión: En lo reconciliarnos con nuestros hermanos, es lo que muchas veces debilita a una iglesia, a veces tenemos cuestiones tan arraigadas en nuestras entrañas, como cuñas de acero que nosa separan y por tanto, no podemos caminar juntos porque no estamos de acuerdo, porque estamos enemistados a veces por palabras que pronunciamos en un momento de ira, sin pensar, por alguna mala interpretación o un comentario lo voy a decir así de claro, mal intencionado, suele suceder, no somos perfectos. En vez de marchar juntos como hermanos, en unidad, como iglesia, cautivando hombres para Jesucristo, como lo que somos, un ejército de Dios, puede existir división y confusión, por lo tanto, prevalece el desánimo y el que haya personas que decidan irse de la iglesia.
Recuerden lo que dice Proverbios 16:23-26
Un hombre sabio siempre piensa antes de hablar; dice lo correcto y vale la pena escucharlo. Las palabras amables son como la miel: se aceptan con gusto y son buenas para la salud.
Que nuestras palabras sean para sanación no para destrucción.
Si quieres hablar palabras que sanan, no necesitas una
lengua nueva, sino un corazón nuevo. Un corazón
semejante al del Señor Jesucristo, porque la boca habla de
la abundancia del corazón
Las palabras que pronunciamos salen de nuestro corazón, y
ninguna palabra sale por nuestra boca si antes el corazón
no la ha fabricado. Nuestras palabras están siempre al
servicio de las motivaciones más profundas, arraigadas en
lo más escondido de nuestro ser. Tal como dice Santiago 4
las guerras y los pleitos que hay entre nosotros vienen de
«nuestras pasiones, las cuales combaten en nuestros
miembros». Las palabras, los pensamientos y las acciones
«del corazón salen» (Mateo 15:19). Las palabras que
pronunciamos, las que dañan y las que sanan, vienen de
nuestro corazón, y de los deseos más ocultos es de donde
proceden todos nuestros conflictos y frustraciones. La
Palabra de Dios es muy clara al decir que todo cambio
duradero debe tener lugar en el corazón (Efesios 5:22-24
Si quieres que cambie tu lengua, Dios ha de cambiar tu
corazón. Solo el Señor puede cambiar tu corazón y tus
deseos más profundos. Con su ayuda puedes localizar y
destruir los ídolos que gobiernan tu vida para que tus
palabras dejen de estar a su servicio, y pasen a estar al
pleno servicio del Dios que te salvó
Así es. «Sed llenos del Espíritu» es sinónimo de que «la
palabra de Cristo more en abundancia en vosotros». Porque
en la batalla de la vida cristiana hemos de tomar «la Espada
del Espíritu, que es la Palabra de Dios» (Efesios 6:17). Si la
Palabra abunda en tu corazón, si la Palabra llena tus
pensamientos, estarás lleno del Espíritu Santo de Dios, y
entonces dejarás de hablar contigo mismo para empezar a
predicarte a ti mismo. Que el Espíritu de Dios sea Amo y
Señor de cada rincón de tu alma, de cada provincia de tu
corazón, de cada espacio en tu mente, de cada palabra en
tu boca. Entonces tu corazón latirá de amor por el Señor
Jesús y Él será todo tu deleite y toda tu esperanza. Entonces
tus palabras serán de alabanza a Dios, y cambiarás las
palabras que destruyen por palabras que edifican; las
palabras que hieren por palabras que sanan.
Nos enseña como
las palabras son armas a veces
demasiado peligrosas.
Las palabras deben crear verdaderos lazos
emocionales con otros seres humanos.
*Si las palabras salen de la boca solo
llegarán a los oídos de la persona que
escucha, pero si las palabras salen del
corazón, también llegarán al corazón de
quien las escucha.
*La comunicación humana no
es algo sencillo y menos aún porque
implica, en la mayoría de los casos,
desaprender conductas de reacción
equivocadas que surgen de erróneas
lecturas de la intencionalidad del otro.
«Las personas solo cambiamos
de verdad
cuando nos damos cuenta de las
consecuencias de no hacerlo».
MARIO ALONSO PUIG
*Él con una sonrisa llena de dulzura me
contestó: «Cuando yo me siento con
alguien, nunca permito que la
preocupación se siente conmigo»
“Muy poca gente escucha con la intención de entender.
Solo escucha con la intención de responder.”
- Stephen Covey